Hay escenas, olores, voces y gestos que te llevan irremediablemente a ese siempre inesperado y cada vez más constante déjà vu en que se va convirtiendo la vida. Las ‘Memorias de un reportero indecente’ del compañero Pedro Avilés (Muddy Waters Books, 2021), prologadas por quien fue mi primer director, Ignacio Fontes, me han llevado con magistral fidelidad a aquel interviú de O’Donnell donde nos conocimos, hacia septiembre del 90.

Más allá del retrato, magnífico, de la labor de los suceseros de entonces, de cuando no había móviles, ni ordenadores pero sí mucha profesión, deja Pedro firmado un preciso “antoniolópez” del ambiente de la revista en aquellos años convulsos en los que el “suceso” se terminó instalando en interviú en forma de despido masivo: 25 compañeros se fueron a la calle, muchos de ellos con el ADN fundacional de la revista.

Anticipo que yo estaba de nuevas en esa ingobernable época; apenas era un pipiolo de 27 años que había arribado a la redacción dispuesto a dejarme la piel para que no decayera la célebre máxima de la revista: “interviú estaba allí”. Y “allí” era colarse en la iglesia del Palmar de Troya, escribir sobre las guarradas pedófilas del duque de Feria, tomar la isla de Perejil con Malena Gracia desnuda o encontrar a una concejal toledana cuyos vídeos masturbándose se habían hecho virales ese mismo día… ¡tantos allís!

«Lo último que has hecho»

Pero no sigo, que el de las memorias es Pedro. Hay algo que aprendí de él nada más conocerle. Era uno de sus lemas. Me lo dijo con ese deje tan suyo, grave, pero siempre con un punto de ironía: “en este oficio eres tan bueno como lo último que has hecho”. Me ha encantado verlo reflejado en el libro. Hace unos días, por boca de mi amiga y compañera María Zuil -exbecaria de interviú y hoy en “El Confi”-, me enteré de la importancia de las tres C en la profesión: café, constancia y cariño. Se las enseñó Antonio Rubio, otro grande del oficio, que durante tantos años hizo pareja con Manolo Cerdán, igual que Avilés la hizo con José Montoro, y a ambos los conocíamos en la redacción como “los asesinos”.

Hacer «muertos»

Que “los asesinos” trajeran un ‘muerto’ semanal suponía tener seis páginas aseguradas en aquella revista donde aún existía la publicidad y en la que había que luchar por publicar un tema y evitar que lo metieran “en nevera”, como si fuera uno de esos fiambres del anatómico forense, tan visitados por Avilés. No sé si fue también obra de ellos, de los asesinos, un especial que ofreció la revista, retractilado y con aviso al lector de que podía herir su sensibilidad, en el que se detallaban, foto a foto, todos los pasos de una autopsia a un cadáver anónimo. Visto eso, y yo lo vi, solo eché en falta que oliera un poco a formol la separata.

Leo la prestigiosa valoración que ha hecho Montero Glez de estas memorias de Pedro y no me queda otra que quitarme el sombrero y recomendar que leáis su crítica en este enlace: “Haciendo muertos”. Es lo que me hubiera gustado escribir.

«Papel y lápiz y a la calle»

Y como ese texto es imposible de superar, me limitaré a evocar retazos de aquel interviú que vivimos juntos, querido Pedro. Hablas del “ballet de San Fulgencio”, ese engranaje de precisión que tenías con Montoro, y creo que todos, más o menos, tuvimos nuestros buenos compañeros de danza. En mi caso, Fredy Abizanda y Pablo Vázquez, con quienes, entre otros muchos fotógrafos, recorrí España bajo esa otra máxima del primer interviú que aprendí de José Luis Morales y que aún sirve para definir la profesión en siete palabras: “Papel y lápiz y a la calle”.

 

 

 

 

 

También haces ajustes de cuentas. Con Paco Mora, con Calabuig, con Otero, con Florito (creo que le llamábamos así por ser tan relamido como el mayoral de Las Ventas). Todos, al final, terminamos ajustando cuentas para limpiarnos un poco de tanto canalleo. Igual que hacíamos el “repaso” de cada uno de los compañeros y sus actividades profesionales y sentimentales -puro cotilleo- en las largas horas de coche que nos chupábamos fotógrafo y redactor. Y sí, esa prerrogativa de dormir en habitaciones separadas –“una doble para uso individual” y ciento y pico pavos de dieta diaria, gastos aparte- era una gloria, aunque también tocara a veces dormir en pensiones de mala muerte y de malos «muertos» con aroma a zotal. O acompañar a un asesino confeso a su casa -aquella leonera mugrienta y medio quemada de José Lorente, el ‘Chatarrero’ de Albox- donde Guillermo Navarro y yo conseguimos que nos diera, en fotos, la historia entera de su vida.

La mesa camilla

Lo de pasar la tarde con una familia en torno a una mesa camilla -con o sin muerto-, para pillar fotos y sacar información es otra tradición periodística que debería ser práctica obligatoria de cualquier master de Ciencias de la Información, como se llamaba entonces a nuestra carrera. Poco antes del cierre de interviú me tocó hacer una mesa camilla con «muerta». En un pueblo de León, para más señas. Y sí, sacamos fotos y hasta buenas pistas de quién podría ser el culpable del crimen. No creo que exista mejor manera de hacer periodismo a pie de obra, y si es con brasero incluido, mejor. Eso que aprendí, también, de Pedro, a base de leer sus “muertos” todas las semanas.

De su relación con forenses, policías y jueces deja también bastante tinta en el libro. He disfrutado mucho leyendo y repasando viejos sucesos que forman parte del imaginario criminal español. Puerto Hurraco, Alcásser, Olga Sangrador –con García Castellón como sorprendente juez- y el crimen del rol, tienen la firma de Avilés en interviú.

«Mayor, gordito y con cara de tonto»

Por cierto, y aquí acabo: he leído en tu muro de Facebook, Pedro, las sandeces que decía un supuesto periodista -que por lo visto quería entrevistarte- a raíz de lo que escribes sobre el crimen del rol y la escabrosa historia de cómo dos psicópatas se cargaron al trabajador Carlos Moreno Fernández, solo porque era “mayor, gordito y con cara de tonto”.

Adviertes en el libro que el diario que escribió uno de los asesinos –y cuyo texto íntegro publicaste con Montoro en interviú- hiere la sensibilidad de quien lo lea “o tiene menos sangre en las venas que nosotros”. Pues eso, compañero. Ni siquiera se me ha movido el rictus leyendo los detalles de cómo se lo cargaron. Es fuerte su descripción, sí, quizá una de las más sanguinarias que hayamos visto en sumario alguno. Pero, visto desde el lado profesional, hasta te diría que hay un punto en que el asesino empieza a fantasear con su relato. No ya por cómo cuenta su ineptitud para matarle, cosa que no consigue ni metiéndole las manos dentro del cuello después de apuñalarlo mil veces; sino porque dice que se cae con la víctima rodando por un terraplén, hasta el punto de perder el cuchillo, y, líneas más tarde, relata que se le han empañado las gafas. ¿Y no las perdió en el forcejeo ni siquiera rodando varios metros abajo en plena noche? Hay que enterarse de la marca de esas gafas, compañero. Las mías se me caen hasta cuando estornudo.

P.D.

Septiembre de 1993: Muchos años antes de que Pedro decida cambiar de vida y montar un restaurante en la isla griega de Naxos, yo estoy celebrando con mi querida Yolanda y Juanjo, un amigo de El País, en esa misma isla, una noticia que nos acaba de llegar de Madrid: han cesado al director Paco Mora. Tu bestia negra, compañero. Aquel ex guardia de Franco que, estoy seguro, hoy figuraría en cualquier lista electoral de Vox.