Os dejo unas cuantas impresiones que he sacado de un reciente viaje a Marrakech, con su Medina, su zoco, su plaza, su kasbah y sus tumbas, allí donde reposan los restos de los sesenta miembros de la dinastía Saadí, los únicos que ya no regatean:

“Hoy es la fiesta de los curtidores que han bajado del Atlas para mostrar su trabajo”. Da igual cuando leas esto. Todos los días, una red de captadores del zoco de Marrakech lanzan su anzuelo al turista incauto para llevarle a ver cómo curten pieles de cabra, vaca y camello bajo un terrible hedor. La nauseabunda visita a las tenerías concluye en una tienda escondida en un entramado de calles sin salida y con una “propina” a los cicerones que fluctúa entre los conceptos del timo y del atraco. Sin escapatoria posible.

Paradojas del regateo

Es una escena más de las miles que se viven en la Medina desde tiempo inmemorial. El regateo en medio de la confusión forma parte de la laberíntica manera de entender no solo las relaciones comerciales entre autóctonos y turistas, sino que es casi una manera de interpretar la vida. Lo que no quita para que, paradojas del destino, la selección nacional de fútbol marroquí cayera eliminada a la primera de cambio en el último Mundial, pese a llevar, en teoría, a los once mejores ‘regateadores’ del país.

Un recorrido por la Maison de la Photographie –¡ojo avizor, los curtidores andan cerca!- da cuenta de cómo ha ido evolucionando la famosa plaza de Jemaa El Fna en poco más de un siglo: muy poco. Las mismas chilabas, parecido lío de tiendas, serpientes bailando al son de una flauta, burros por doquier… si acaso que ahora la explanada está asfaltada y hay más motos, carros y carromatos que semovientes. Pero haces una foto con el móvil, le pones el filtro sepia y te sale una postal que para sí quisieran los responsables de la Maison.

Una especia llamada gasolina

Dentro de este caos secular hay que reconocer que uno descubre sabores –los que sirven en el barro de las tajinas y el cous cous- y olores, todos los olores, desde los más fétidos a los más delicados, sin dejar de lado el del humo -que no el humus- de las motos, capaces de llegar a cualquier puesto por más que este se encuentre dentro de un edificio y se trate nada menos que del mercado de las especias. Ese olor a carburante mezclado con el del comino en polvo es único para quitarte las ganas de comprar nada.

Sobre ruedas y sobre árboles

Tener que regatear hasta para coger un taxi es algo que termina cansando. En mi caso, en el minuto uno. Pero una vez que descubres el autobús -4 dirham- te ahorras unos buenos euros y muchos disgustos. El autobús de línea marca el pulso de Marrakech. Cuando llega a la parada, da gusto ver a la gente guardando escrupulosamente esa improbable sura del Corán que versa sobre cierta condición sexual relacionada con la demora en subir al vehículo, y que se resume en el lema “maricón el último”.
Una vez en el bus, y si tienes la suerte de sentarte, llegas a sentirte como James Stewart en “El hombre que sabía demasiado”, la memorable película de Hitchcock ambientada en Marrakech. Poco han cambiado los escenarios desde entonces. Esto es debido a la llamada “teoría de la relatividad marroquí” en la que más que un espacio-tiempo, hay un tiempo que avanza muy despacio y un espacio que corre a destiempo, y que se ejemplifica en un señor con chilaba montado en un burro mientras escribe whatsapps con un móvil de última generación.
Otro ejemplo: el del conductor de un autobús camino de Essaouira capaz de adelantar a diez coches seguidos en plena travesía de un poblado mientras habla a gritos por el móvil. En ese camino hacia el mar bajo el polvo de un desierto no muy lejano –la zona es muy parecida a Ciudad Real- se llega a ver un rebaño de cabras subidas a un árbol, el del argán. No son tontas: saben cómo conduce la gente por estas tierras de Alá.

 

Más que sapiens

Un último apunte: hace año y medio, hallaron en el yacimiento de Djebel Irhoud, a escasos 150 kilómetros de Marrakech, los restos del homo sapiens más antiguo del mundo. Está datado en unos 300.000 años y da alas a los defensores de la teoría del multirregionalismo africano, que postula la aparición simultánea de nuestra especie en diferentes poblaciones diseminadas por el continente. Puede ser, pero yo sigo apostando por la teoría de la relatividad marroquí: este tipo fue el que fundó la fiesta de los curtidores recién llegados del Atlas. Y además de sapiens sapiens, era un listo de mucho cuidado.

(To be continued)