… ¿Lo oyen?… es el silencio. El silencio del teléfono de Ángel Garrido horas antes de pasarse a Ciudadanos. Mientras Albert Rivera aprovechaba el minuto de oro del primer debate para sobreactuar desde el teatrillo en que había convertido su atril, el expresidente de la Comunidad de Madrid rehuía las llamadas al móvil que le estaba haciendo su todavía secretario general, el popular Teodoro García Egea. Ángel Garrido estaba oficialmente enfermo. Esa mañana no había acudido a un acto del PP en Ávila. Tampoco fue a dar la cara en Guadalajara al día siguiente. Y “en horas veinticuatro, pasó de las musas al teatro”, como dijo Lope antes de fichar por Vega.

«¡Válganme Dios y las hadas/ que ahora voy con Arrimadas!»

Para explicar la venganza de este nuevo ejemplar de medio memo (mi madre dixit) de la política nacional, empezaré por justificar el calificativo: un tipo que se ha pasado meses tildando de oportunistas, tontos útiles, chupacámaras, populistas pop, cercanos a Podemos y sectarios a los miembros de Ciudadanos, tiene que tener mucho cuajo para terminar ingresando en las filas de ese partido. Aparte de una altura moral rayana en la memez y un oportunismo político cercano a la ordinariez.

Dicho lo cual –como dicen todos los tertulianos- voy a contar este sainete de la derechita valiente en unos cuantos octosílabos, cual si fuera ‘La Venganza de don Mendo’, de Muñoz Seca, aunque cambiando el nombre de su hilarante protagonista:

 

El sucesor de Cifuentes

quiso meter en la lista

del PP a toda su gente.

Pero como era una ristra

de ajos pasados de moda

no quisieron los Casados,

invitarles a esta boda

y fueron ninguneados.

Ya quiso Garrido ir

en las listas populares

de primero por Madrid,

pero había hostias a pares

por ocupar ese puesto,

que se lo dieron a Ayuso,

la del atasco funesto,

la del feto multiuso.

Así que de extrañar no era

que pasara de Casado

y se fuera con Rivera

por mucho que el muy tarado

mil insultos profiriera

al partido anaranjado.