Escribo este comentario con un año de retraso. El tiempo que lleva en las librerías el último libro de Lorenzo Silva de la serie Bevilacqua y Chamorro: Lejos del corazón (Destino, mayo de 2018). Hasta ahora no había tenido el ánimo suficiente para leerlo. El por qué, lo explico junto a esta foto que le hizo Pablo Vázquez cuando le entrevistamos para interviú, en junio de 2017, en el Hospitalillo de San José, de Getafe, donde a finales del siglo XIX los guardias civiles realizaban los cursos de ascenso a sargento.

Acababa de publicar Silva el ensayo-novela “Recordarán tu nombre”, y allí nos citó el escritor para hablarnos de un guardia civil real, protagonista de la obra: el general José Aranguren, que optó por mantener la legalidad republicana y defender la democracia ante el golpista Manuel Goded en la Barcelona de julio de 1936. Y que terminó siendo fusilado, tras un consejo de guerra franquista, en abril de 1939. Recomiendo su lectura a todos los encausados en el juicio del ‘procés’.

Sentados a la sombra en el patio central de aquel edificio, Silva me dio títulos que hoy, dos años después, siguen estando de plena actualidad. Como el que encabezó la entrevista: “Me pasma que la derecha no rompa con Franco”. No solo eso, sino que ahora tenemos a la ultraderecha intentando decidir gobiernos autonómicos.

Rutinas de escritor

Recuerdo la primera pregunta que le hice, y que trae a colación lo que cuento en este post: cuándo iba a publicar la siguiente entrega de sus famosos guardias civiles y si podía darnos un adelanto del argumento. Me habló del Estrecho de Gibraltar, de narcotráfico y ciberdelincuencia, y de sus rutinas de escritor, de cómo a veces se le ocurrían párrafos de la novela montado en el metro. También me dijo que tenía previsto publicarlo para la primavera de 2018.

Y así fue. Pero cuando salió el libro a la calle ya no existía interviú. Lo compré, sí, pero ahí lo he tenido aparcado hasta ahora, incapaz de adentrarme una vez más en el mundo de Bevilacqua y Chamorro, pues todo me hacía recordar los últimos años que pasé en la revista. Y sobre todo, los muchos reportajes que escribí a pie de peñón sobre La Línea y Gibraltar.

Tan lejos del corazón…

No ha sido nada agradable la transición, y me consta que hay muchos compañeros que aún hoy lo están pasando mal. En estos meses he vivido, aparte del desgarro que supone no poder ejercer el periodismo tal como lo entendía, y como lo disfruté durante 27 años, muchos desengaños profesionales y muy dolorosas decepciones humanas.

Pero al menos ya no tengo libros vedados, y eso es un avance. Sé que ahora Lorenzo Silva anda escribiendo a cuatro manos, junto a Noemí Trujillo, las aventuras de Manuela Mauri, una inspectora de homicidios de la Policía Nacional (‘Si esto es una mujer’. Destino, mayo de 2019). Espero no tardar un año en leerlo.

“Versiones de ti mismo”

De momento, me quedo con algunos párrafos y frases extraídos del último Bevilacqua, quizá el más logrado de toda la serie. Por ejemplo, cuando el subteniente mira a Gibraltar desde el puerto deportivo de Sotogrande:

“…contemplé la silueta distante pero inconfundible del peñón que se recortaba sobre la línea del horizonte. En momentos así, me daba cuenta de la escasa profundidad que por lo común tenía la mirada en Madrid, y agradecía que la labor me obligara a marcharme y buscar aquellas perspectivas más amplias”. El mismo agradecimiento que sentía yo cuando me tocaba hacer reportajes por el Estrecho.

 

“A veces me miro y no me reconozco (…) Aunque a partir de cierto momento la vida es esto, todo el rato: enfrentarte con versiones de ti mismo que nunca previste y que no sabes cómo coño explicarle al chaval que sigue ahí, escondido en alguna parte”.

 

 “¿No habéis visto ninguno de esos documentales sobre mafias policiales y las cloacas de la Policía?

-Nosotros no somos de la Policía.

-También tenéis cloacas”.

 

Y esta última reflexión, basada en una canción de Robe, a quien Bevilacqua admira tanto como yo:

“Preveía, solo hasta cierto punto, y solo hasta cierto punto sabía, lo que aquella elección iba a desencadenar, entre ambos y dentro de mí. Empezó con los primeros acordes y fue creciendo, sin aflojar, durante los siete minutos que duraba la canción. La piel se me erizó antes de que transcurriera el primero, mientras la veía conducir y me fijaba en cómo iba atendiendo a lo que decía aquella letra (…) Y se me hizo un nudo en la garganta cuando la voz madura y escarmentada de aquel hombre –que había dado con el secreto para convertir en poesía honda y perdurable la fugacidad banal del tiempo y el lugar en que ambos vivíamos- cantó:

                   Del tiempo perdido,

                   en causas perdidas,

                   nunca, nunca me he arrepentido…”