Justo medio siglo después, a la misma hora en que, con siete años, vi a Neil Armstrong pisar la Luna en la televisión en blanco y negro de la casa veraniega familiar, he vuelto a ver esas imágenes. Media vida después -siendo optimista- he amanecido en un hotel de Saigón, he subido al gimnasio del piso 24 y con los paisajes que acompañan este post he visto, a través de la pantalla de televisión de la elíptica, vía CNN, el especial sobre el cincuenta aniversario de la misión Apolo 11 que estaba ofreciendo el canal de noticias estadounidense.
Lo ultimo que podía imaginar aquel niño que ya entonces miraba al cielo con un catalejo de plástico es que, cincuenta años después, escribiría estas líneas en un iPad justo desde la zona cero en la que aquel país que acababa de hollar la Luna estaba perdiendo su peor guerra, la que libraba contra el frente comunista del Viet Cong.
Contemplo, mientras sudo, los kilométricos meandros del río Saigón serpenteando bajo la tenue neblina del amanecer y me llegan recuerdos en color sepia de aquel tiempo en que todo estaba por hacer y todo era posible. El vértigo que producen estos contrastes vitales siempre es agridulce. Y cada vez más frecuente.
Don Pablo, un amigo peruano metido en años que un día me enseñó su Arequipa natal, me dijo desde un mirador, señalando las grandes extensiones urbanizadas: “Antes, todo esto eran chacras”. Ahora miro los grandes rascacielos que crecen en los meandros de Saigón y pienso en aquellos tiempos en que todo esto eran terrenos arrasados por el napalm y el agente naranja lanzados por aquellos hombres que acababan de ganar la Luna sin saber que estaban perdiendo la Tierra.