El otro día, Baltasar Garzón aportó en La Sexta Noche una perla al debate sobre la realidad parlamentaria de Vox que ya podrían aplicar de inmediato todos los partidos. Es mucho más humillante que un cordón sanitario, y más práctico, visto lo visto, pues ya han conseguido una vicepresidencia en la Mesa del Congreso a costa de los intereses partidistas de izquierda y derecha.

Garzón proponía llamar “diputada” a Iván Espinosa de los Monteros, ya que el portavoz de Vox en el Congreso ha tratado a Meritxell Batet de “señora presidente” de la Cámara Baja. Se quedó corto el exjuez. Puesto que a esta gente le trae al pairo el género de la violencia de género, lo suyo sería obviarles para siempre el género en el tratamiento: “La señora diputada Ortega Smith ha perdido los papeles cuando le han preguntado por la granada del centro de menores de Hortaleza”. O bien: “El presunto arquitecto Rocío Monasterio ya firmaba proyectos de obras antes de matricularse en la carrera”… en ese plan durante toda la legislatura.

Una cobra en toda regla

Es una forma de atacarles con su misma moneda. ¿Qué viene el Espinete de las Monteras a echarse unas risas? Pues ni agua, Pablo, ni agua. Y no me cuentes vainas familiares de Nochebuena. Según llega el ‘portacoz’ se le hace una cobra nivel Ortega Smith a Nadia Otmani. O nivel Aitor Esteban (PNV) al susodicho Espinete en el debate electoral. Y punto. Lo demás es blanqueamiento. Y de eso, del blanqueamiento de los fachas vengo a hablar en este post.

No olvidemos que los 52 diputados de ese partido fascista, machista, negacionista de la violencia de género, racista y xenófobo son la representación democrática de tres millones de vecinos, compañeros, jefes, empleados, alumnos, señores y señoras, niñas pijas, niños gansos, cazadores con cazadoras de marca, anticoletas por antonomasia, fachitas liberales a los que se le va la mano a la hora de votar y la gente más insospechada que puedas echarte en cara. Personas anónimas, y no tan anónimas, con las que seguro que hemos coincidido tomando una cerveza en la barra de cualquier bar. En tres millones de votos cabe mucho fascismo blanqueado.

La gauche no tan divine

Empiezo por lo más patético: conozco a personas que dicen que votan a Podemos y luego van llamando “panchitos” a los inmigrantes sudamericanos. Personas presuntamente de izquierdas –de esa vieja gauche divine tan rancia como una corrida de toros- que se tocan el higo cuando dicen que trabajan, que se manifiestan en la calle a golpe de tuit y que, sin saberlo, van ligando lentamente la salsa en la que se cuece el populismo fascista de Vox. De esa gente, de la izquierda absurda, se alimenta el discurso de la ultraderecha con tanta alegría como se pocha una cebolla cuando le echas una pizca de sal en la sartén.

Encuesta a pie de Pachá

Otro ejemplo: niños y niñas de papá, y de mamá, aunque anden separados los papis y eso sea lo más grave que les ha pasado en sus acomodadas vidas. Ni saben qué fue el franquismo, ni les interesa. Así he conocido a varios, y hasta puede que sea generacionalmente lógico. Pero, eso sí, se criaron en el regazo de la derechona de toda la vida, de cuyas tetas mamaron la leche de sus blanquísimos dientes, y no tienen más discurso que unas mechas, unas buenas marcas de ropa y un “¡viva la vida!, que por muy mal que nos vaya, con la herencia ya la tenemos arreglada”.

Son los votos jóvenes de Vox, esos cuya encuesta no se hace a pie de urna, sino a la salida de Pachá, y se cuentan por cientos de miles. También están los que ni siquiera votan, porque aún van al colegio: grupos de adolescentes a los que oigo hablar de Santiago Abascal como el “héroe” que “va a joder a los catalanes” (extraigo las comillas de los aledaños del colegio madrileño del Buen Consejo –sic-, a la hora del recreo).

A banderazo limpio

¿Ha contribuido el conflicto catalán al pelotazo electoral de Vox? Llegados a este punto, el del nacionalismo, tanto español como catalán, tengo para mí que, efectivamente hay dos Españas: la de los fachas que le hacen el juego a los independentistas –y viceversa, pues mantienen iguales actitudes y se pasan el día ondeando, cuando no quemando, banderas y símbolos medievales en pleno siglo XXI-, y la España que apuesta por conseguir un país más o menos decente con el que ir avanzando hacia el siglo XXII. ¿Federal? Eso creemos algunos. Otros aspiran a una Cataluña independiente que tiene unos argumentos tan racistas y carcas como los que defiende Vox para su España grande y libre de inmigrantes.

‘Francas’ y barrancas

Añadámosle a esta ya estomagante salsa fascistoide unas cuantas hormigas de Hormiguero, sin que Pablo Motos tenga que hacer sus habituales preguntas machistas porque ya tiene las respuestas sentadas en la silla de invitados; o unos tertulianos –ese género- que, en el noventa por ciento de los casos y cadenas, se rasgan las vestiduras ante un posible Gobierno de PSOE y UP, mientras pasan de puntillas ante las habituales andanadas xenófobas de Vox; o la audiencia de GH, que aumenta a medida que se sabe más y más sobre los abusos de un tipo a su novia y de cómo la productora –del género degenerado- grabó la reacción de la víctima mientras le enseñaban las imágenes de cómo la violaba. Esa España, con millones de ojos que ven estas bazofias y hasta montan grupos de apoyo al abusador, también va espesando la salsa de Vox.

Hace poco coincidí con una eminencia de la Medicina que me vino a contar que la culpa de la ablación de las niñas en África es de sus madres. “¿Pero no será de los maridos de esas madres, que las llevan usando, sometiendo y sojuzgando desde hace siglos?, le pregunté. “No, de las madres”, me contestó la docta señora, y ahí ya sí que olía, o más bien apestaba a Vox, como cuando ya está más que ligada una salsa.

No… pero

Por estas y muchas otras cosas no debemos olvidar que a estos señores, y señoras –muy empoderados de mezquindad– les han votado nuestros vecinos, esos que dicen no son xenófobos, pero…, o los que no dicen nada, pero… y tienen un “pero” para cada ocasión de quedarse anclados en el siglo XIX. Vivimos con ellos y no nos hemos dado cuenta. O no hemos querido darnos cuenta de que el blanqueo de la ultraderecha en España es ya más que un hecho.

Por eso, desde aquí quiero aportar mi granito de arena en este asunto apostando por el blanqueamiento anal de Vox, para que tengan muy claro por dónde pueden meterse su aberrante ideología.