Hace unos días, en la copa navideña de la Asociación de la Prensa de Madrid, se volvió a contar la historia de Virginia O´Hanlon. Lo sé por mi compañera Blanca Bertrand, que estuvo allí.

No deja de ser conmovedor que aún se recurra a la pieza periodística más citada y reproducida de la historia, que data del siglo XIX, para celebrar que pronto empezarán los felices 20… del siglo XXI. Por supuesto, yo también la voy a reproducir en este blog, para no ser menos y porque, sinceramente, aún se me eriza la piel cuando la leo.

Creo que es el mejor cuento, periodístico, de Navidad que se haya publicado nunca. Precisamente porque no es un cuento, sino la respuesta a una carta enviada en 1897 al director del diario neoyorquino The Sun (1833-1950) por la niña de 8 años Virginia O´Hanlon.

 

Original de The (New York) Sun en el que fue publicada la respuesta a la carta de Virginia.

Me voy a remitir a lo publicado en 2009 por Kinsein.com, una revista digital sobre la infancia y la adolescencia, para traer aquí la carta de Virginia y la respuesta a la misma, que le fue encargada al veterano reportero Francis Pharcellus y cuyo texto forma parte, desde entonces, de la cultura popular navideña en Estados Unidos.

La carta de Virginia O’Hanlon decía así:

“Querido director:

Tengo ocho años. Algunos de mis amigos dicen que Papá Noel no existe. Papá dice: “Si lo ves en The Sun, existe”. Por favor, dígame la verdad. ¿Existe Papá Noel?

Virginia O’Hanlon

115 West 95th Street”

Y esto es lo que salió de la pluma de Francis Pharcellus (la traducción no es mía):

VIRGINIA, tus amiguitos están equivocados. A ellos les ha afectado el escepticismo de una era escéptica. No creen salvo en lo que ven. Piensan que algo no es posible si sus pequeñas mentes no son capaces de entenderlo. Todas las mentes, Virginia, sean de hombres o niños, son pequeñas. En este gran universo nuestro, el hombre es un mero insecto, una hormiga, en su intelecto, si lo comparamos con el mundo sin fronteras que le rodea, si lo medimos según la inteligencia capaz de aprehender toda la verdad y todo el conocimiento.

Sí, Virginia, existe Papa Noel. Ciertamente él existe igual que existen el amor, la generosidad y la devoción, y sabes que estos abundan, dando a tu vida las mayores bellezas y alegrías. ¡Ay, cuán aburrido sería el mundo si no existiese Papa Noel! Sería igual de aburrido como si no existiesen Virginias. No habría fe infantil, ni, por tanto, poesía, ni romance para hacer tolerable esta existencia. No tendríamos placeres, excepto los de los sentidos y la vista. La luz eterna con la que la infancia llena el mundo se extinguiría.

¡No creer en Papa Noel! ¡Entonces tampoco deberías creer en hadas! Podrías pedir a tu papá que contratase hombres para vigilar todas las chimeneas la noche de Navidad para atrapar a Papa Noel, pero incluso si no viesen a Papa Noel descender por alguna, ¿qué demostraría eso? Nadie ve a Papa Noel, pero eso no prueba que no exista Papa Noel. Las cosas más reales en el mundo son aquellas que no pueden ver ni niños ni hombres. ¿Has visto alguna vez hadas bailando sobre el césped? Por supuesto que no, pero no hay ninguna prueba de que ellas no estén allí. Nadie es capaz de concebir ni de imaginar todas las maravillas que permanecen ocultas ni las que permanecerán para siempre en el mundo.

Rompes el sonajero de un bebé y ves lo que produce el ruido dentro, pero hay un velo que cubre el mundo oculto que ni el hombre más fuerte, ni incluso la fuerza unida de todos los hombres más fuertes de todos los tiempos, podrían romperlo. Sólo la fe, la poesía, el amor, el romance, pueden descorrer esa cortina y ver y contemplar la belleza sobrenatural que se oculta detrás. ¿Es todo real? Ah, Virgina, en todo este mundo no hay nada real y perdurable. ¡Ningún Papa Noel, a Dios gracias! Él vive, y vive para siempre. Mil años a partir de ahora, no, diez veces diez mil años a partir de ahora, él continuará alegrando los corazones de la infancia».