Ni chinos ni italianos. Tengo para mí que la crisis del coronavirus en España la desató un cuñado las pasadas navidades tras comerse un kilo de cabezas de gambas. También pudo ser un madrileño echándole murciélago al cocido, pero veo más plausible la teoría del cuñado: más que nada porque su idiocia es tan contagiosa como el Covid-19.

Todos sabemos del alto grado de cuñadismo que desata cualquier crisis. Pero en esta del coronavirus están saliendo a la luz tantos ejemplos que no me resisto a dejar unos cuantos por escrito, no sé si para desahogo particular o como aviso a navegantes, pues también apunto cómo combatirlos. Ahí voy:

 

  • Cuñado del móvil. El que reenvía whatsapps al grupo con declaraciones de supuestos médicos y enfermeros hablando del Apocalipsis y del caos de los hospitales. Si hay caos, ¿qué ganas anunciándolo? Nada, solo generas más caos.

Remedio: no abrir audios que duren más de 30 segundos y no pinchar nunca en “Leer más” en cualquier parrafada absurda de las que abundan en estos días de aislamiento. Tened muy claro esto: el cuñado jamás escribe nada de su puño y letra, el cuñado reenvía. Y por lo general, reenvía tarde, cuando ya has visto el meme o la chorrada hace días.

 

  • Cuñado de hipermercado. Tiene un cuñado (el cuñado al cuadrado) que trabaja en una fábrica de celulosa y le ha dicho que se están agotando las reservas mundiales de rollos de papel higiénico. Es el mismo que peta las alcantarillas con toallitas húmedas. Todo lo saben de buena tinta, que es la única que ven, porque a la de los libros ni se acercan. Tras arramplar con la sección de higiene del hogar, subsección retretes, los siguientes lineales víctimas del cuñadismo son los de aperitivos y chuches, cervezas y cocacolas, y el de las bandejas con productos avícolas y porcinos. La ternera sale cara, y el cordero cansa.

Remedio: Hasta hace unos días, se podía aprovechar que había partidos de fútbol importantes para ir a comprar en ese rato. Ahora, con la distopía deportiva, ya ni se sabe. Habrá que leer el decreto sobre el estado de alarma con detalle, a ver si en algún punto aclaran cuántos kilos de papel higiénico se pueden acaparar por cuñado y día.

 

  • Cuñado del Levante. Ahí está, con la mujer, los niños y los abuelos, demostrando lo listo que es y lo bien que hizo en comprar aquel apartamento en quinta línea de playa para vacaciones y estos casos de emergencia. El egoísmo va en los genes del cuñadismo. Yo los confinaría a todos allí hasta el fin de la crisis, por gilipollas.

Remedio: Confiar en que el virus que han llevado hasta la costa se quede esperándolos en el apartamento, para cuando vuelvan en verano.

 

  • Cuñado Aznar. El cuñado nivel dios. Él y su mujer. Patriotas de pacotilla que el pasado miércoles, 11-M –al loro con la fecha- tomaron las de Villadiego, que en su caso es una villa en Marbella, huyendo del coronavirus. Tienen ese don para cagarla en los momentos cruciales. Recordemos que a Ana Botella no le tembló el pulso para irse a un spa de lujo a Portugal en plena crisis por las muertes del Madrid Arena. Aznar es el cuñado que no solo va de listo sino que encima se encara con quien sea para proclamar que a él nadie le dice cuánto vino tiene que beber, cuántas peras y manzanas tiene su mujer -además de cuánto morro-, y cuántas armas de destrucción masiva hay en Irak.

Remedio: Hay que mirarle fijamente a los ojos, que le gusta mucho. Y luego, cuando llegan las elecciones, mirar también fijamente a la papeleta del PP, comprobar que ahí siguen sus pupilos, y huir de ella como del Covid-19. La última vez funcionó. Y nos hemos librado de una buena. Imaginad que en esta crisis siguiera al frente de Interior el ministro Fernández Díaz, que premió con la medalla de oro al mérito policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor. Ahora estaría yendo de hospital en hospital con la mano incorrupta de santa Teresa como remedio infalible. Por suerte, ahora las manos, nuestras manos bien lavadas, sirven para aplaudir por la noche a todos los que se están dejando la vida para salvar la nuestra.