Conocí a Gonzalo Visedo en ‘La cabra sobre el tejado’, el bar donde celebraba su cumpleaños Elena, una amiga común que es muy poco común (y quizá por eso la quiera tanto). Aquel día, febrero de 2019, ya tuvimos ocasión de preguntarnos por nuestras vidas, de hablar de cine y de periodismo, y también de nuestras absurdas maneras de ganarnos las lentejas, frase rancia que le dedico por cuanto tiene de “miserable” y digna de figurar entre las ranciedades lingüísticas y sociales que describe en su libro.

Hago una primera precisión: los miserables a los que se refiere Gonzalo Visedo en “Miserables” (Amazon, 2021), un thriller autobiográfico de supervivencia, son aquellos que forman parte del repugnante engranaje del sistema capitalista, fomentando que cada vez haya más miserables en el sentido victorhuguiano del término. De ahí que Gonzalo haya eliminado con acierto, y por aquello de no plagiar a los clásicos, el artículo “Los”, dejando así más desnudos en su insulto a esos putos miserables. Muy parecidos, por otra parte, en su forma “cuñada” de vida, a los asquerosos que retrata Santiago Lorenzo es su libro homónimo.

De Kafka a Dante

Como segunda precisión, diré que Visedo ha hecho un hallazgo literario de primer orden: nada menos que dar con el lúgubre pasadizo que conduce del castillo de Kafka al infierno de Dante sin salir de Madrid.

Si admitimos kafkiano como chungo, lo de la empresa donde curra Visedo –según cuenta en el libro, y según me contó aquel día- es para mear y no echar gota (remito a los “ranciofacts” de Pedro Vera, en El Jueves, para este tipo de topicazos).

El pasadizo que lleva al infierno dantesco arranca en la multinacional que le explota y cuyos mediocres jefes y subjefes –la Cari, Trueba, Rin Tin Tin, MAMA, la Muerte- se podrían equiparar a un tipo, o arquetipo, de la talla moral de Eduardo Indra (no, no es un lapsus calami).

En ese castillo donde ya habitaba desde hacía años el virus del capitalismo más feroz, se vio Gonzalo Visedo trabajando de teleoperador –en marzo de 2020, en pleno estallido de la pandemia- para orientar a cuantos llamaban con síntomas de haber contraído el fatal coronavirus. Las condiciones de trabajo –pésimas, como suele ocurrir en cualquier call center-, llevaron a que Gonzalo contrajera la Covid-19 por más precauciones que intentó tomar en todo momento y que detalla prolijamente en las páginas de ‘Miserables’.

Llamaradas de rabia

Eso no fue lo peor: también contagió a su anciana, venerable y sorda madre, que terminó sufriendo los primeros síntomas de Covid-19 sola en su casa, mientras Gonzalo, hospitalizado en el IFEMA, se desgañitaba intentando que le dieran el alta para ir corriendo a cuidar de la pobre mujer. En el infierno de Dante hace menos calor que el que desprende la rabia de Gonzalo desahogándose en cada página del libro. No cuento el final, para animar así a la lectura de tan escalofriante relato.

El prologuista, junto a Leto y Graciela, en los prolegómenos de la Coronoparty

Sólo decir que desde conocí a Gonzalo supe que estaba ante un tío que piensa, siente y vive por y para el cine. Una pasión que me transmitió con toda fidelidad cuando me propuso hacer un corto documental de uno de mis reportajes científicos y que aún espero que, en la era postpandemia, salga un día adelante. La última vez que coincidí con él -más allá de Facebook e Instagram, donde nos vemos casi a diario- fue en otro cumpleaños de Elena, el que celebró en su casa a finales de febrero de 2020. La fiesta, ingenuos de nosotros que aún no sabíamos lo que se nos venía encima y nos reíamos de todo, se llamó La Coronaparty.

Allí estábamos, apretados, sudorosos, compartiendo copas, gritos y susurros, ajenos a lo que ya se estaba incubando. Ajenos, también, a que el anfitrión, mi querido Juan Antonio Ruiz Valdepeñas, terminaría siendo el prologuista de ‘Miserables’ y que yo sería uno de los lectores de esta “distopía real, muy real”, al decir de Juan, que me ha enseñado, aparte de a odiar aún más al virus capitalista y al biológico, a entender un capítulo muy raro de Breaking Bad, a desear con todas mis fuerzas gastronómicas los caldos de Arantxa Méndez y a saber que, por suerte, mi Muerte no es “la” Muerte. Pero eso solo se entiende leyendo el libro.

P.D. Me ha fascinado que las historias de Visedo se hayan impreso en el voivodato polaco de la Baja Silesia, concretamente en Breslavia, la célebre ciudad que acogió el Campeonato Mundial de Voleibol masculino de 2014. Tonterías periodísticas mías. Es lo que tiene publicar con Rambo House Amazondadori. ¡Enhorabuena por el libro, Gonzalo!