Escribo este post como aviso a posibles lectores de ‘Los vencejos’, “la nueva obra maestra de Aramburu”, tal como lo lleva anunciando machaconamente la editorial Tusquets desde hace meses, al menos en la emisora de radio que suelo escuchar. Ya les vale.

He realizado una pequeña encuesta con un variopinto universo de amigos y conocidos a los que tengo por bien leídos. Se trataba de que me dieran su opinión sobre el susodicho libro del escritor donostiarra. Un 90 por ciento lo ha tachado de aburrido, malo y tan detestable como su protagonista, entre otros adjetivos descalificativos. El restante diez por ciento –o sea, yo- ha sido más directo: “un puto coñazo”.

Barrio de La Guindalera, donde no ocurre nada, como en toda la novela

Leer las tediosas 700 páginas de este ladrillo –me impuse a mí mismo terminarlo, en una absurda decisión- solo me ha servido para pensar en si debería denunciar a la editorial por un delito medioambiental, dada la tala injustificada de árboles acometida para dotar de papel a semejante sinsorgada. Si hay algún vizcaíno entre mis lectores, entenderá a la primera esta palabra.

Y si hay algún madrileño, que me diga si alguna vez en su vida ha oído o leído la locución “dije entre mí” –en vez de “dije para mí” o “me dije a mí mismo”- tal como se expresa el protagonista de ‘Los Vencejos’, vecino del castizo barrio de La Guindalera.

Mala deriva

Eran otros tiempos

Había leído obras bastante buenas de Aramburu, como “Los peces de la amargura”, una serie de relatos sobre víctimas de ETA donde ya se presumía la tensión así como las cuidadas artes descriptivas que demostró en “Patria”, su encumbrada novela. Lo malo de llegar a la cima –digo para mí (ejem)- es que a partir de ahí empieza el descenso. Una tarea que se puede realizar con elegancia, agarrándote bien a las cuerdas que permitieron tu ascenso, o bien despeñándote, como ha sido el caso de Aramburu.

Pa’habernos matao

Quizá mi decepción venga, sobre todo, porque el libro no cumple con las expectativas que plantea de entrada: un tipo de cincuenta y pico años cuenta día a día cómo es el último año de su vida, una vez tomada la decisión de suicidarse al cabo de esos doce meses. Muy bien, pero ojalá hubiera alguna reflexión profunda al respecto, o algo nuevo que aportar a la literatura, como bien hizo Arto Paasilina con su desternillante “Delicioso suicidio en grupo” (Anagrama, 2007). Al contrario: en los 954 gramos que pesa el tocho –permitidme que aporte este argumento de peso a la critica literaria- no encuentras más que la plomiza historia de un tipo misógino, con un amigo cercano a Vox que perdió una pierna en los atentados del 11-M, y una familia, un perro y una amiga cuya vida me importa menos aún que la del protagonista. De hecho, al tercer mes, ya dan hasta ganas de matarlo sin necesidad de esperar a que se suicide. No haré spoiler por si a algún incauto aún le quedan ganas de saber qué le termina pasando a este tipo. Pero por mí, como si le cae el meteorito de ‘Don´t look up’ mientras mira a los vencejos. Por cierto, ¡qué buena película!

Localización exacta del barrio madrileño de La Guindalera en la esfera terrestre.