Entre los muchos títulos nobiliarios que van pasando por las azules sangres de las grandes familias del democrático reino de Felipe VI se encuentra el marquesado de Villalba. Lo ostentaba el actual duque de Feria, Rafael Medina Abascal, hasta que hace unos años se lo cedió a su hermano Luis.

El actual marqués de Villalba se compró un yate con parte de la comisión que se llevó por vender mascarillas inservibles al Ayuntamiento de Madrid. Lo hizo en los días más duros de la pandemia de Covid-19, cuando a diario morían cientos de personas en los hospitales y en las residencias de ancianos, gestionadas por esa trama llamada Comunidad de Madrid.

No sé si el marqués de Villalba llegó a golpear alguna cacerola, como hicieron tantos ‘cayetanos’, para protestar por el confinamiento impuesto por el Gobierno. Quizá andaba más preocupado por llenar toda la batería de cocina, incluida la olla, con los seis millones de euros que se llevó en comisiones junto a su socio Alberto Luceño, previa mediación del primo del alcalde, Martínez-Almeida. Como todo era legal, según ellos, no tardaron en blanquear el dinero comprando tres relojes Rolex, una docena de coches de superlujo, una vivienda de más de un millón de euros, una estancia en un hotel de Marbella a razón de cien miel euros la noche, y un yate, registrado en Gibraltar, porque a patriota no le gana nadie. Y al yate, el marqués, lo llamó Feria.

Doble burla

De toda esta repugnante historia que voy a contar, lo que más me ha llegado al alma es precisamente eso: que al yate lo haya bautizado haciendo alusión al ducado -de este democrático reino- que ostenta su familia desde 1567. Es la mejor forma de burlarse no solo de los muertos que no llegaron a poder ponerse una mascarilla en condiciones, sino también de todas las víctimas de la pederastia, como las niñas de las que abusó sexualmente su padre, el duque de Feria, en 1993.

Se llamaba Rafael Medina y Fernández de Córdoba, XIX duque de Feria, XVI marqués de Villalba, maestrante de la Real Maestranza de Sevilla y Grande de España, -¿de qué España?-. Y era hijo de Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, la XVIII duquesa Medinacelli. Un ínclito aristócrata cuyos caprichos de aburrido terrateniente consistían en meterse cocaína y acostarse con niñas. No se sabe en qué proporción.

 

De este sujeto me tocó escribir hace 29 años, cuando en interviú nos hicimos con unas fotos del duque de Feria y marqués de Villalba toqueteando a varias niñas que no superaban los diez años de edad. La publicación terminó siendo investigada por la Fiscalía de Menores, por un problema de baja pixelación, dijeron, aunque fue más bien un intento de soslayar el tremendo escándalo que se montó al demostrar, con fotos, cómo se las gastaba el aristócrata, que ya estaba entonces encarcelado por el rapto de una niña de cinco años.

Miseria moral

Como no estaba suficientemente manchado el título, el nuevo marqués de Villalba ha decidido bautizar su velero, comprado con el dinero esquilmado a la ciudadanía, con el nombre de la casa familiar, que viene a representar la miseria moral de toda la aristocracia.

¿Podría hacer algo el rey de este democrático reino que mantiene estos absurdos privilegios medievales si, por ejemplo, el marqués de Villalba es condenado por corrupto? Ya os digo que no. Si no le ha quitado el ducado de Franco a los herederos del genocida, no es de esperar que se lo quite a los herederos de un pederasta, por más que uno de ellos se empeñe en seguir la tradición de mangarnos por la cara y burlarse de todos bautizando a su yate como Feria, el sinónimo aristocrático de la depravación.