Acabo de leer «Rojo y gris» (Espuela de Plata, 2018), primer tomo de los ‘Cuentos completos’ de Luisa Carnés, y ya ando falto de tiempo para empezar la segunda parte: “Donde brotó el laurel”. Pero voy a aprovechar el ínterin para decir cuánto me ha sorprendido esta escritora y periodista, una de las mujeres olvidadas de la Generación del 27. Tan olvidada, que se podría decir que es la sinsombrero de las sinsombrero. Y ya tiene su aquel, pues su primer trabajo, siendo aún niña, fue en una tienda de sombreros de una tía suya.

Luisa Carnés, nacida en el madrileño barrio de Huertas en 1905, era hija de una sastra y de un peluquero, defensora de Clara Campoamor en su lucha por lograr el sufragio femenino, militante comunista y republicana hasta los huesos. Tras la Guerra Civil se exilió a México, donde desarrolló gran parte de su obra y donde murió el 12 de marzo de 1964 en un accidente de automóvil.

Hace poco, el 7 de marzo, le han dedicado un parque en la Ciudad de los Poetas, aquella vieja Saconia cercana a la Dehesa de la Villa por donde se expandía el Madrid del desarrollismo franquista. Unas semanas después, mi amiga María Zuil me habló con tal pasión de su obra que no he podido por menos que sumergirme estos días en los primeros cuentos de Carnés.

Rezuma ‘Rojo y gris’ un estilo literario muy de la España de entreguerras, si bien se observa una prosa cada vez más severa en lo social según van avanzando cronológicamente sus textos. Es precisamente esa crudeza literaria en cuestiones como la pobreza infantil, la lucha agraria o la discriminación de la mujer, lo que más me ha convencido de la Carnés anterior al exilio.

En 1938 escribe “Una estrella roja”, catalogado como cuento infantil, pero de un estilo y una temática poco apropiados para un niño, con una descripción de los momentos previos al asalto al Cuartel de la Montaña que casi se ve la fotografía en blanco y negro de lo sucedido. Sé que durante la guerra llegó a escribir teatro combativo y artículos de profunda carga ideológica, lógico dadas las circunstancias, pero supongo, y solo supongo, pues no los he leído, que serán de menos interés literario.

Publicaba Luisa Carnés, entre otros, en el semanario Estampa, donde también aparecían ilustraciones mi tío abuelo Rafael de Penagos (ver postdata). En vano he intentado encontrar alguno de los cuentos de la escritora en los tomos encuadernados que aún conservo de la revista, por herencia familiar. Pero no debió publicar mucho en Estampa, y no me extraña, pues el estilo de la revista era bastante más ecléctico que el que Carnés descargó en sus textos, algunos de los cuales me han dejado cierto regusto al Chaves Nogales de “El maestro Juan Martínez que estaba allí”. Espero poder confirmarlo con los primeros cuentos de postguerra que abren “Donde brotó el laurel”. De momento, dejo mi recomendación de ‘Rojo y gris’ para este Día del libro de 2019.

 

P.D.

Indagando en la vida de la escritora, he leído dos cosas que me atañen particularmente: tras varios cambios de domicilio, los Carnés Caballero –Luisa tenía 9 años- se instalaron en enero de 1914 en un local de la calle Santa Engracia, 103, en el barrio de Chamberí, donde el padre montó una peluquería de caballeros, aparte de servir de vivienda para toda la familia. Hoy, ese mismo local, es uno de los bares que más frecuento por la zona de Ponzano: Alma Cheli (no os perdáis la ensaladilla rusa de ‘la Charito’).

La otra cuestión se refiere al primer marido de Luisa Carnés: el algecireño Ramón Puyol, pintor y escenógrafo conocido por ser el autor del célebre cartel del bando republicano que contenía la frase “No pasarán”. Tanto Puyol como mi tío abuelo, Rafael de Penagos, participaron en septiembre de 1936 en la Exposición de Homenaje al 5º Regimiento de Milicias Populares, que luchó en los primeros meses de la Guerra Civil en la defensa de Madrid. Si un día consigo encontrar una foto de los carteles que llevaron, prometo subirlos a este blog.