Nunca había acabado un libro con la necesidad de conocer en persona a su coautora y protagonista. Si un día regreso a Uruguay –y sé que lo haré- le pediré a mi estimado Ignacio Ampudia que interceda para que pueda presentarle mis respetos a Gabriela Schroeder, superviviente de tanto horror. Ambos firman ‘El mundo nuevo’, editado por la sección sudamericana de Penguin Random House, en Uruguay.

La dedicatoria que me escribió desde allá su autor resume bien la obra. “Ahí van algunos de los momentos más críticos, tétricos y luminosos del Cono Sur”. Poco hay de luminoso en la oscura historia de las dictaduras militares sudamericanas, salvo la dignidad de quienes se enfrentaron a ellas. Como Gabriela Schroeder, la pequeña Isabel de la novela. O Nelson Marra, con quien compartí muchas tardes de su exilio español trabajando en interviú.

Gabriela Schroeder e Ignacio Ampudia. / @Magdalena Gutiérrez

De la guerrilla a la tortura de Estado

El cuidado y bien documentado relato de cómo funcionaron los distintos movimientos guerrilleros de Uruguay, Chile y Argentina, y de cómo se gestó el asalto al poder de los militares -cuyos brutales métodos de tortura se detallan hasta el escalofrío-, valdría por sí mismo para elogiar el libro.

Pero los autores han logrado, además, darle el calor humano y ferozmente real de la vida de la madre de Gabriela, Rosario Barredo –Julia en el libro-, convirtiendo la obra en un bello trabajo de memoria y reparación de esta activista tupamara secuestrada, torturada y asesinada junto a su compañero William Whitelaw Blanco y los legisladores Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini en 1976. Esto último, como un fruto más del tenebroso Plan Cóndor, orquestado por EEUU y las dictaduras militares sudamericanas, que permitió asesinar y/o hacer desaparecer a miles de militantes políticos, sociales, sindicales y estudiantiles argentinos, uruguayos, chilenos, paraguayos, bolivianos y brasileños. Dos décadas de terrorismo de Estado, de Estados, que aún pesan como una losa en la historia de estos países y en la vida de tantos familiares de víctimas y de los propios supervivientes, como pude comprobar cuando estuve en Uruguay, en 2005.

En paralelo a tanto horror, Ampudia y Schroeder ahondan también en el difícil papel de la mujer dentro de la guerrilla: “a veces me sorprende lo que ustedes se parecen a los que queremos derrotar”, dice Julia a un superior cuando se siente apartada de la lucha por el hecho de estar embarazada de Isabel. Esa pequeña Isabel que terminó siendo testigo de las torturas de su madre, el más terrorífico de los tormentos que uno pueda imaginar.

Al mismo tiempo en que se publicó el libro, en agosto de 2021, Ampudia escribió en la revista digital argentina Haroldo un detallado artículo sobre la vida de Rosario Barredo: «Mamá, ¿quiénes son estos señores?». No sé si aconsejar leerlo antes o después de la novela. En cualquier caso, hay que hacerlo. Y ver también las emotivas fotos del archivo familiar.

Inolvidable Marra

También detallan en ‘El mundo nuevo’ otro espeluznante caso que me afecta de lleno, por cuanto terminé siendo compañero de trabajo y amigo del infortunado protagonista, así como de su hija Agnese. Me refiero a Nelson Marra, autor del cuento ‘El Guardaespaldas’, por el que fue encarcelado y torturado durante más de cuatro años. ¡Solo por escribir un cuento!

El añorado Nelson hacia 1993, en una magnífica foto de Pablo Vázquez

‘El guardaespaldas’ tal como salió publicado en el semanario Marcha

El relato de Nelson había resultado ganador del concurso de narrativa del semanario Marcha, donde se publicó en febrero de 1974. Hacía ocho meses que Uruguay vivía bajo la dictadura militar instaurada por el presidente Juan María Bordaberry. La historia de “El guardaespaldas’ era el fidelísimo retrato de la psicología y modo de actuar del milico torturador. Eso es lo que más les debió joder al dictador y sus secuaces, que no dudaron en meter en la cárcel a Marra, a los responsables de la revista –que fue clausurada ese mismo año- y a casi todo el jurado del premio, entre ellos Juan Carlos Onetti y Mercedes Rein. Nelson se llevó la peor parte, sin duda. Sufrió los mismos suplicios que describía en su cuento. Cuando lo liberaron, al cabo de cuatro años de infierno, marchó al exilio. Primero a Suecia y después a España.

De cabreos y nostalgias

Conocí a Marra en Madrid a principios de los noventa, en la revista interviú. Casi que entramos a trabajar a la vez, con meses de diferencia. Desde el principio se encargó de la sección de Cultura y de la edición de la revista, junto con José Luis Moreno Ruiz. Moreno, con su vasta cultura musical y literaria, animó a Nelson a recopilar algunos de sus mejores cuentos -incluido ‘El Guardaespaldas’- en el libro ‘De cabreos y nostalgias’ (Ediciones La Palma 1995). Fue entonces cuando lo leí, y me pareció magistral. Lo he releído estos días y sigue mereciendo el mismo calificativo; con la pena de que Nelson ya no está. Ni tampoco José Luis Moreno.

Marra, con esa elegancia que da el sufrimiento callado, nunca nos habló de lo padecido en Uruguay a los compañeros de redacción. Su vida ya era otra, tan luminosa y alegre como su hija Agnese, a quien conocí cuando apenas tenía 12 años. No podía imaginar entonces que también la terminaría teniendo de compañera en la revista, ni que llegaría a disfrutar con ella, y con Inma Muro y mi querida Yolanda, de unos días de vacaciones en Montevideo, en la casa familiar de la calle Cebollatí.

Aquella tarde en el Chinguirito

Me voy a permitir contar una anécdota de Nelson para cerrar el post. Las sobremesas en interviú eran largas. Entre comer el menú del día en algún bar de los alrededores de O´Donnell y tomar la copa en el ‘Chinguirito’ (sic) de la calle Lope de Rueda, podíamos echar unas tres horas. A medida que caían los coñacs y los whiskies se nos iban ocurriendo todo tipo de reportajes, algunos realmente disparatados, pero posibles, para luego, ya animados por los efluvios del alcohol, poder vendérselos a los jefes e irnos de viaje a cualquier lugar de España. Allí también arreglábamos el mundo, veíamos las grandes etapas del Tour de Francia, o despellejábamos a cualquier compañero, algo tan habitual en nuestro gremio.

En esas tertulias del “Chingui” solíamos coincidir, según qué días, la más variada fauna de interviú. Y también Pilar Bardem, que debía estar pasando por una mala racha en la que solo interpretaba el papel de señora enganchada a la máquina tragaperras. Entre los habituales estaban mis queridos y malogrados Toño Pardo y Nelson Marra. Un navarro y un uruguayo compitiendo en socarronería y sorna bajo ese manto de elevadísima cultura que cobijaba a ambos. Los recuerdo en uno de aquellos días, cuando publicó Nelson “el libro los cabreos”, como lo llamábamos Toño y yo. La Bardem seguía intentando juntar tres cerezas; Emilia, la dueña, ya había anotado varias copas en nuestra cuenta y, como remate a una tarde alegre y con poco trabajo, el bueno de Marra se puso a dedicarnos sendos ejemplares del libro. Fue entonces cuando Toño, apurando su copa de Mascaró, le soltó, con su coña habitual y su inevitable acento navarrico: “Venga, Nelson; he leído lo del guardaespaldas y está claro que a ti te detuvieron por lo mal que escribías, no por subversivo”. El uruguayo se le quedó mirando apenas dos segundos, que a mí se me hicieron eternos, y de repente estalló en tal carcajada que juraría que logró expulsar todos los demonios de su vida en esa risa. Lloramos de risa todos. Conscientes de lo difícil que es construir una nueva vida con todo ese pasado, y conscientes, también, de que la amistad y el compañerismo son parte de esa sustancia que nos anima a seguir viviendo. A mí me queda haber disfrutado mucho de Toño y de Nelson. A uno se lo llevó el cáncer y a otro el Alzheimer. Desde estas soledades los recuerdo hoy. Ellos formaron una parte muy importante de mi mundo; y de este mundo, que cada vez tiene menos de nuevo.