No parece el gorrión
un pájaro del cielo,
no está tocado
por la gracia de la naturaleza
(o no, al menos, a la manera
de la golondrina, el mirlo,
el jilguero o tantos otros).
Parece más el gorrión un pájaro
de barrio, de callejuela,
de terraza de bar
siempre al borde del traspaso.
Pero eso es lo que nos gusta de él,
lo que lo hace simpático,
su cercanía, ese saber estar
entre la gente, su falta de altivez.
A mí me encanta verlos
por ahí, a su aire, en el aire,
con ese aire de pájaros normales
(la chaqueta sin brillo,
gastada por el uso).
Tengo ahora mismo
un par de ellos aquí abajo,
a mis pies, picoteando
en la acera, agradeciéndome
en morse el desayuno.